sábado, 27 de octubre de 2018


“El perro ambicioso”



El viejo perro sujetaba firmemente su grande y carnoso hueso entre las mandíbulas
y para no tener que repartidlo con nadie, decidió ir a comérselo al otro lado; empezó
a cruzar el angosto puente que llevaba al otro lado del arroyo. No había llegado muy
lejos cuando miró y vio lo que parecía ser otro perro en el agua, allá abajo. Y, cosa
extraña, aquel perro también llevaba un enorme hueso.
No satisfecho con su excelente cena, el perro, que era voraz, decidió que podía,
quizá, tener ambos huesos. Entonces, gruñó y lanzó un amenazador ladrido al perro
del agua y, al hacerlo, dejó caer su propio hueso en el denso barro del fondo del 
arroyo. Cuando el  hueso cayó, con un chapoteo, el segundo perro desapareció…,
porque, desde luego, sólo era un reflejo.
Melancólicamente, el pobre animal vio cómo se esfumaban los rizos del agua y
luego, con el rabo entre las patas, volvió a su casa hambriento. ¡Estúpido! Había
soltado algo que era real, por tratar de conseguir lo que sólo era una sombra.

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